Sanz, Marta
Los padres de Cristina Esquivel, una geriatra a la que han encontrado estrangulada en su piso de Madrid, contratan al detective Arturo Zarco para que encuentre al asesino. Lo que desean es que inculpe a Yalal, albañil marroquí con el que estaba casada la muerta, y que tiene la custodia de la hija de ambos. Zarco es un detective muy poco convencional; cuarentón, gay, y estrechamente ligado a Paula, su ex mujer, a la que cuenta y con la que discute por teléfono las vicisitudes de la investigación y los pormenores de sus fascinaciones eróticas. El forcejeo dialéctico entre Zarco y Paula queda interrumpido por el diario de Luz, una de las vecinas de la geriatra asesinada, y madre de Olmo, el jovencito que fascina y perturba a Zarco. Un relato interfiere en el otro, y el encanto y la seducción de lo reconocible se suspenden. Queda también en suspenso el clímax del desvelamiento, y el lector se ve obligado a reflexionar sobre el sentido de la interferencia.
Black, black, black es una espléndida novela negra que puede leerse como tal; pero también como otra cosa, puesto que Sanz propone una ficción donde la violencia inexplicable acaba ajustándose al razonamiento lógico y lo «imperceptible» sale a la luz con la potencia de ese «siniestro familiar» del que hablaba Freud. Y ésta es la concepción, política y retórica, que sustenta esta novela policíaca inteligente, divertida, subversiva.
«Una novela admirable, muy buena como novela negra pero mejor todavá como novela sin más... Tiene la crueldad y la lucidez desoladora de una de las mejores novelas de Patricia Highsmith, El diario de Edith, con la que creo entabla un diálogo (o quizá le echa un pulso)» (Rafael Reig, ABC).
«Una excelente y personal novela negra que se disfraza hábil e inteligentemente de novela-comedia al estilo Wilder. Una delicia al cubo» (Guillermo Busutil, La Opinión de Málaga).
«El escenario del delito está entre las pesadillas de Ballard y la entomología humanista de Perec, pero podría perfectamente ser cualquier vecindario del Madrid de hoy» (Giancarlo de Cataldo, La Repubblica).